No es que yo sea un visionario o
tenga facultades adivinatorias. Ni tan
siquiera presentimientos clarividentes dignos de la menor credibilidad. Mi
poder agorero está en la revisión de la historia, buscar la equidistancia y
relacionar los hechos y las consecuencias del pasado con los acontecimientos
que estamos viviendo en la actualidad. Con esto quiero decir que, en mi
artículo de 30 de junio de 2012, ya intuía las ansias de la señora Merkel por
la subyugación de Europa al igual que los compatriotas que la precedieron.
Jamás ha existido una Alemania
europeísta. El único sentimiento que produce Europa en Alemania es el de
adhesión. No conozco a través de la historia algún mandatario alemán que haya
intervenido en el mundo con ánimo de solidaridad o franca colaboración.
Desde el Sacro Imperio Romano
Germánico, el I Reich, pasando por la primera Guerra Mundial de 1914 promovida
por el Imperio Alemán del II Reich, hasta llegar al III Reich que procuró la
segunda Gran Guerra, Alemania no ha hecho otra cosa que buscar, lo que Hitler
llamaba, “su espacio vital”. El dictador nazi lo intentó invadiendo y
anexionándose militarmente gran parte de Europa, destruyendo pueblos y ciudades
y masacrando a sus habitantes. La señora Merkel, más sibilina, no utiliza
métodos bélicos ni campos de concentración. Son procedimientos impropios del
occidente civilizado y además puede llevar a suspicacia a terceros países. No
sería deseable otro desembarco en Normandía, por lo que ha optado por la ruina
sistemática de los estados de su entorno. Nada de invasión, rescate. Nada de
campos de concentración, austeridad.
Una vez liberada de la deuda de cuatrocientos mil millones de
euros que Alemania ha terminado de pagar en 2011, en concepto de
indemnizaciones por el holocausto de la II
Guerra Mundial. Una vez controlado el Banco Central Europeo y
aprovechando la coyuntura económico-social por la que está atravesando la Comunidad Europea ,
la señora Merkel, al igual que Hitler, busca su “espacio vital” comenzando la
expansión anexionista y resarcirse de los sufrimientos y desprecios del pasado.
La invasión ha comenzado con los
primeros rescates. Irlanda, Grecia, Portugal y Chipre ya han caído en sus
garras. Todos ellos están peor que antes y todo hace pensar que, con esta
política económica, siempre serán dependientes de Alemania. No de la Comunidad Europea ,
sino de Alemania y la política miserable de la señora Merkel.
Para España, Italia y Francia,
que han resistido su envite anexionista, la Merkel ha preparado otra trampa que, según van
las cosas, acabaran con su resistencia: la austeridad.
La austeridad bien entendida
puede ser considerada una virtud. Ayuda al control del gasto superfluo y
desorbitado. Pero la austeridad continua, como norma sine qua non, dirigida unilateralmente, lleva a los mercados al
colapso y, como consecuencia, a la ruina sin retorno. La austeridad fanática y
enfermiza de la Alemania
de la señora Merkel está hundiendo la economía de los países del sur de Europa.
El tratamiento aplicado a los
países enfermos, económicamente, no ha surtido el efecto positivo que se
pretendía. Todo lo contrario. El paro aumenta alarmantemente y la miseria se
apodera de los mercados por las torpes medidas de austeridad. No hace falta ser
economista ni premio Nobel para darse cuenta que la señora Merkel ha fracasado
en su diagnóstico. Y que de seguir aplicando el mismo tratamiento dejará al
enfermo en la extenuación, castigado de por vida a la dependencia de la droga
que esta obstinada mujer dispensa en exclusiva.
En estos casos extremos, o
cambiamos la posología y de medico o nos espera, como dice un amigo mío, la
caldera de “Pedro Botero”.
Mi poder “adivinativo” ha visto
con claridad que esta Aria de pura cepa, quiere construir su “espacio vital” a
costa de los países que la rodean, crear, para ella, una Europa dócil y mísera
que dependa del Marco alemán, no del Euro.
En estos casos es cuando Europa
necesita gobernantes fuertes y decididos
que den un golpe en la mesa y griten “¡Basta!”
a la expansión nacionalista.
Al término de la Segunda Guerra
Mundial, el entonces general de USA, Franklin D. Roosevelt, dedicó, no sólo a
Alemania, sino también al pueblo alemán, unas frases muy duras y humillantes: “Tenemos que ser severos con Alemania. Y con ello me refiero
al pueblo alemán y no sólo a los nazis. Hay que castrarlo o tratarlo de tal
modo que no pueda seguir engendrando gentes deseosas de proceder como lo han
hecho en el pasado”. Espero que no
tengamos que dar la razón al señor Roosvelt, pero cuando el río suena…
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