El estereotipo más común de los
alemanes entre la ciudadanía española, es el de “cabeza cuadrada”. Esto es, una
persona obstinada, testaruda, contumaz, intransigente, fanática y cabezona. Y
he de decir que en mi vida no he escuchado una frase tan corta que defina de
forma tan precisa a un individuo o una nación. Bien, pues en manos de estos
señores tan sesudos e irreflexivos está la economía europea.
El mundo, a lo largo de su
dilatada existencia, ha ido evolucionando gracias a la creatividad y
originalidad de los pueblos que le habitaban, quienes con su trabajo fueron
capaces de generar bienestar y riqueza para su tribu, primero, luego su pueblo
y por último a su nación y país.
Da la casualidad que las
civilizaciones más avanzadas provenían de los países mediterráneos. Mientras en Grecia, Roma, o Hispania, se
producía un avance económico social y cultural, del norte nos invadían los
pueblos de origen germánico, (los antecesores de la Sra. Merkel,) godos,
visigodos, ostrogodos, francos, vándalos, burgundios. Todos ellos mano de obra
violenta y poco cualificada. Pero esta vez sin la connivencia Zapatero. Lo digo
para aquellos ingenuos que después del tiempo trascurrido no acaban de
comprender que a estas alturas de la crisis ya nada tienen que ver las
majaderías del iletrado ex presidente. Pero volvamos a lo que nos ocupa en esta
ocasión. Como decía, son los descendientes de estos pueblos bárbaros quienes
ahora dirigen la economía europea. Y lo hacen de la forma y manera en que ellos
ven la vida. Austeridad hasta el límite de la miseria y la torpeza llegando al
ahogamiento del mercado común.
Las cabezas cuadradas tardan
mucho en comprender hasta las cosas más sencillas y, una vez que lo hacen, ya
van a “piñón fijo” sin pararse a pensar si puede haber otras soluciones menos
costosas y más eficaces. Vamos, que sus pocas luces no les deja ver el problema
más allá de lo aprendido sesudamente.
La persona inteligente es
reflexiva y creativa y estas virtudes son las que han llevado a la ciencia, la
cultura y la economía a las altas cotas que ahora ocupan logrando de esta
manera la evolución social que ahora disfrutamos. Al menos en los países de
occidente.
Cuando uno se da cuanta que las
cosas no avanzan como se deseara, sería incesante y necesario escuchar otras
movidas económicas, evaluarlas y ver si son más propicias, y no insistir en el error.
Pero esto también es difícil de entender por la señora Merkel.
Esta oronda señora, de carácter y
aspecto marcial, no solo no se entera de las penurias que están soportando los países del sur por
su política miserable y asfixiante, sino que está convencida de lo efectivo de
su gestión. Solo hay que escuchar los piropos que últimamente le dedican desde Bruselas
a Rajoy y a España animando a continuar por este camino e incluso a hacer más
recortes y nuevos impuestos. Hay que ver las caras de satisfacción del señor
Rajoy y Guindos cuando lo manifiestan en las ruedas de prensa. Pero estos
piropos, que tanta satisfacción causa entre los miembros del gobierno, están
faltos de consistencia y se desmoronan cuando sales a la calle y te das de
bruces con la realidad de la situación.
Después de estas lisonjas, todo
hace pensar que en la cabeza cuadrada de la señora Merkel no entra un ápice de
claridad. Su fanatismo político-económico esta llevando a Europa a un desastre
similar al que sus antepasados, aquellos arios dirigidos por otro mesías de
dudosa capacidad mental, quisieron hacer del mundo: una cloaca fascista.
Hay que sacar a esta señora de la
abstracción irreal en que levita y ponerla los pies en la tierra. Yo propongo que
los seis millones de parados, los del 15M, los jóvenes que buscan su primer
empleo, los mayores de 50 años en plena capacidad mental y laboral, y demás
pobres y parias que malviven en España, acudamos al Parlamento Europeo a
plantear nuestras protestas directamente para que no pueda alegar que no lo sabía.
Ya está bien de pagar los mismos los platos rotos de todo ese atajo de
incompetentes y comedores.
Si mi propuesta se llevara adelante, en España solo quedarían
sindicalistas, políticos y presuntos, que por su cuantía forman un nuevo
estatus social dentro de la política.
Que pena de país, jamás había caído
tan bajo.