sábado, 22 de septiembre de 2012

Santiago Carrillo


Es curioso ver el afecto y ternura que puede despertar  un cadáver. Parece como si una vez muerto prescribiera toda tu vida, sobre todo las fechorías que hubieras cometido, y solo quedara para el recuerdo el lado honesto y provechoso.

Recuerdo que en cierta ocasión me contó un amigo, que en un funeral, el sacerdote elogiaba al muerto diciendo: “Estamos aquí para despedir a nuestro hermano “Pepito”. Quien en vida fue un padre ejemplar y un marido amantísimo…” Cuando la mujer del finado escucho este ensalzamiento, se dirigió a sus hijos y recogiéndoles les dijo: “Vámonos hijos, que nos hemos equivocado de funeral.”

Lo mismo ha estado sucediendo con la muerte de Santiago Carrillo. Todos los medios de comunicación, primero hablan de los claro oscuro de su vida (una formula literaria curiosa para tratar de ocultar las fechorías cometidas por este personaje), y acto seguido las loas y los parabienes son tan subidos de tono que parece que gracias a su intervención en la transición española hoy gozamos de democracia. Se ha llegado a decir que sacrificó sus convicciones y sus proyectos políticos por el bien de la democracia española.

Carrillo no se sacrificó en su vida por nada ni por nadie que no fuera él mismo. Solo le ha importado su propia supervivencia. Sobrevivió a las purgas de Stalin, a todos sus camaradas e incluso al maltrecho comunismo. Reusó a todos sus principios cansado de dar tumbos por los países comunistas. Harto de vivir de la limosna de Stalin, Ceausescu o demás dirigentes de los países del este. La democracia española le dio la posibilidad de una jubilación dorada, algo que jamás soñó. Y si para lograrlo tuvo que cambiar de principios, al igual que Groucho Marx, los cambió sobre la marcha.

Nadie habla de Paracuellos del Jarama, ni se recuerdan las traiciones a sus propios camaradas (que le pregunten a la hija de Julián Grimau), ni se dice nada del rechazo que hizo a su propio padre. Todo esto ya no importa.

Yo, desde estas líneas, doy mi sentido  pésame a la familia. Pero no me vendan la moto de “santo barón.”

Y me voy, que me he confundido de funeral.

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