jueves, 4 de abril de 2013

Su señoría Mercedes Alaya.


De aspecto delicado, cabello oscuro, tez morena, semblante hierático, con gesto imperturbable, la mirada fija, inexpresiva y fría como la de una estatua de Miguel Ángel. Siempre impecable. Paso leve pero seguro, con el temple que proporciona la experiencia y la certeza que mueven todos sus actos, la jueza Mercedes Alaya se ha convertido, tal vez sin desearlo, en la representante de la serena belleza de la justicia. Justicia que trae por la calle de la amargura a la tropa de mangantes que alberga y amamanta en su seno la Junta de Andalucía.

Millones de euros destinados a los parados andaluces han sido repartidos entre una serie de individuos sin escrúpulos ni moral, para gastarlos en “putiferios” y drogas. Familiares y amiguetes de mariscada. Y para que no faltara nadie en esta bacanal de chorizos, UGT y CCOO, poniendo, presuntamente, el cazo. Todo ello dirigido por una trama mafiosa institucionalizada por la Junta de Andalucía para llevárselo calentito.

Pero Chávez y Griñán, los capos del chiringuito, no contaban con el carácter imperturbable de Doña Mercedes, a la que creían que iban a torear como lo están haciendo con el resto de los andaluces. Con esta incombustible jueza, les ha salido un grano que, a medida que pasa el tiempo y aumentan las investigaciones, se está convirtiendo en un tumor muy difícil de extirpar.

Esto no ha hecho más que empezar. Lo saben y los nervios comienzan a aflorar entre los implicados que esperan ser llamados a declarar. Entre ellos, a nadie le cabe la menor duda, que estará el presidente de la junta, señor Griñán. Produce cierta hilaridad escucharle, en sus últimos manifiestos, ofrecer sus servicios para esclarecer el robo de los ERE. Y patético el “totum revolutum” que pretende formar, juntando el escarnio de los ERE con el caso Barcenas y el asunto de la Gurtel, tratando de confundir al personal y salvar su cabeza.

Pero mientras sus maquinaciones fracasan una tras otra, la picadora de golfos de la Sra. Alaya sigue en marcha sacudiendo, implacablemente, los higadillos de la corrupción.

Si Doña Mercedes continúa aplicando la justicia con la misma rectitud y contundencia como hasta ahora, y no se ve motivo para pensar que no sea así, a más de uno de estos pillos, se les va a caer la cara de vergüenza. Si es que aún les queda un ápice de dignidad.

¡Ah! Se me olvidaba; Señor Lanza: espero que para entonces  no se ria del sufrimiento de los parados a los que usted ha estafado.

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