lunes, 23 de julio de 2012

La tertulia "Sago" por tierras del mozárabe



Como en años anteriores, siguiendo la tradición que han marcado nuestros tertulianos anteriores, los miembros de la tertulia “Sago”, acompañados de varios simpatizantes, han llevado acabo el tradicional viaje cultural del verano. Esta vez por tierras del mozárabe. Y para hacerlo que mejor sitio que las tierras leonesas de Sahagún y Grajal de Campos, lugares donde el mozárabe se expresa con mayor intensidad.

Salimos de Torrelavega el domingo 15 de julio a las 8 h de la mañana, con un cielo gris que dejaba suspendidas en el aire, aún fresco, algunas gotas de agua. Todo cambió cuando entramos en tierra de campos. Las nubes se abrieron y dieron paso a un cielo azul y soleado que ya no nos abandonaría en toda la jornada.

La primera parada se produjo en un área de servicio; lugar donde se tomó el café y algún que otro dulce, alimentos que ayudaron a la reanudación de nuestro viaje.
El autobús fue avanzando entre trigales, girasoles, plantaciones de verdes patatales, setos y  verdes pinares que proyectaban profundas sombras en el sobrio y luminoso paisaje castellano.

Al fin, Sahagún. Eran las 10,45 h de la mañana y el sol comenzaba a calentar el ambiente. Al llegar a nuestro primer destino fuimos recibidos por una jauría estridente de vencejos y golondrinas que traían buenos presagios para nuestra visita.

Sin ninguna demora, fuimos recibidos en la antigua iglesia de La Trinidad por una agradable y encantadora guía, quién, después de presentarse como Belén, procedió a mostrarnos un video explicativo sobre la ciudad que íbamos a recorrer.

La Villa de Sahagún da muestras de gran vitalidad desde la Época Romana, ayudada por el privilegiado emplazamiento al estar bien comunicada con el resto del Imperio por la  calzada que unía Legio VII e Italia; y la Vía Trajana, que iba de Astorga a Zaragoza y Tarragona.   Según la tradición, la situación de la actual villa data de los siglos II y III, como consecuencia del hallazgo en las aguas del río Cea de los cuerpos torturados y decapitados de dos jóvenes mártires, los Santos Facundo y Primitivo, asesinados por defender su fe cristiana. Recuperados los restos mortales por las piadosas gentes del lugar, fueron enterrados y su tumba se convirtió en santuario venerado por los fieles. Las crónicas atribuyen a Alfonso III la fundación, o más bien restauración de la iglesia ya existente, hacia el año 872. La Crónica Albeldense recoge que, en el año 883, el edificio fue destruído por una expedición musulmana y será de nuevo reconstruido por el rey y cierto abad Alfonso, llegado de Córdoba con sus monjes, dando lugar a una próspera comunidad regida por la norma benedictina. A partir de este momento, Sahagún iría recibiendo el favor de nobles y reyes leoneses acumulando un considerable patrimonio, llegando a su mayor esplendor con el rey Alfonso VI, cuya vinculación con la villa fue fundamental. La reforma cluniacense, la promoción de la ruta jacobea y el respaldo al comercio, hicieron de la villa un verdadero centro económico y social con una extensa influencia más allá de la comarca y la región.
 El documental continuó contándonos las excelencias de su patrimonio y monumentos, que acto seguido, acompañados por la amable Belén y sus explicaciones, pasaríamos a contemplar: la rica gastronomía del lugar; sus fiestas, ferias, tradiciones; y por último, sus lugares de reposo y ocio.
Pero empecemos nuestro pasacalle particular por la monumental villa partiendo de la iglesia que ha acogido nuestra llegada; la antigua iglesia de La Trinidad. Se sabe de ella desde 1221. Fue construida dentro de una de las puertas de la muralla medieval. En la actualidad está retirada del culto y alberga entre sus muros de ladrillo el auditorio y el albergue de los peregrinos. Nos llamó la atención la escultura del peregrino que hace guardia en la fachada principal. Y como ven, muchos fueron los tentados en hacerse una fotografía junto a ella.

Al lado, separada por una calle, nos encontramos con la iglesia de San Juan de Sahagún que fue construída sobre la casa natal del Santo. Las obras comenzaron en 1627 pero no concluyeron hasta mediados del siglo XVII. No pudimos verla por dentro al estar en obras de restauración.

Acto seguido vimos la iglesia de San Lorenzo, un buen exponente del estilo mudéjar que fue construída en el siglo XIII. En su construcción observamos como abandona los postulados románicos para dar paso al pujante estilo gótico. La gran diversidad ornamental de sus tres ábsides nos indica la sabia manipulación del ladrillo, poniendo de manifiesto la variedad de recursos de sus artífices. Junto a ellos, encontramos su espectacular torre tronco-piramidal  que consta de cuatro cuerpos que van disminuyendo a medida que toma altura. La mala sorpresa llegó, cuando vimos una de las fachadas laterales, que constaba de una maravillosa arcada confeccionada enteramente de ladrillo, apuntalada. Los recortes presupuestarios también han llegado al arte.

Y seguimos nuestro peregrinaje particular por las empedradas calles de Sahagún, hasta llegar a la Capilla de Jesús, sede del Museo de Semana Santa. En él, podemos contemplar los pasos procesionales de la Semana Santa facundina. No se conoce la autoría de estas tallas que, nos dice la guía, son de la imaginería barroca del siglo XVII. A mí, particularmente, me parecieron figuras sacadas de los cuadros de El Bosco.

De allí, a la iglesia de San Tirso.  Esta maravillosa iglesia constituye uno de los mejores ejemplos de la arquitectura mudéjar. Se encuentra junto a las ruinas de la abadía benedictina, es de la mitad del siglo XII. Al contrario que la iglesia de San Lorenzo, está aún sigue los esquemas basilicales del románico de  tres naves rematadas con capiteles semicirculares. Su exterior hace gala de un fascinante juego de volúmenes, condensando un notable esfuerzo ornamental dentro de una armonía proporcional que otorga al conjunto un carácter escultórico. No podemos dejar de destacar su torre rectangular en ladrillo, que se eleva sobre el tramo recto del ábside central y no sobre el crucero, como sería en buena lógica.

A un par de calles de San Tirso, se encuentra la Torre del Reloj – San Mancio. Fue un monasterio benedictino de grandes dimensiones, llegó a tener cuatro claustros, dentro de los cuales se aglutinaban los servicios domésticos, eclesiásticos y administrativos.
La vieja iglesia abacial fue ampliada por Alfonso VI hacia 1080, incorporando aportaciones de los monjes de Cluny, durando su edificación hasta bien entrado el siglo XII.. Durante los siglos siguieron realizándose reformas y ampliaciones, de ahí  que su estructura arquitectónica esté formada por arte mozárabe, románico y barroco, según la época. Aún se mantiene en pie la capilla de San Mancio, restaurada en el Siglo XII, ubicada en las inmediaciones de la Torre del Reloj.

Poco más allá, se levanta, solitario y majestuoso, el arco de San Benito. Se sitúa en el lado sur de la desaparecida iglesia de su mismo nombre, y es probable que originariamente fuese la puerta principal de entrada al monasterio. Esta puerta fue construida en el siglo XVII por Felipe Berrojo, arquitecto al que se le considera el introductor del barroco en Castilla. Sobre el ático se encuentra esculpido el escudo real y sendas esculturas de Alfonso III y Alfonso VI.

Sin pérdida de tiempo nos dirigimos al Monasterio y Museo de Santa Cruz. Este espléndido edificio, ocupado por las M.M. Benedictinas, fue fundado en el siglo XVI y consta de tres salas más la iglesia del convento.
En la primera sala se venera la imagen barroca de la Virgen Peregrina,, talla de Lucía Roldán, “La Roldana”, hija y discípula del ilustre escultor sevillano Luis Roldán, y considerada uno de los grandes exponentes del barroco sevillano. En la segunda, se guardan piezas tales como un capitel mozárabe del siglo X, el sepulcro del abad don Pedro del Burgo (s. XV) y varias esculturas de buena talla entre las que destaca “Nuestra Señora del Garrote”, así como excelentes obras de orfebrería destacando la custodia procesional de Enrique de Arfe, también llamado Enrique de Colonia por su posible origen germánico.
Y por último, en la tercera sala destacaremos una placa de chimenea de origen inglés  del siglo XVI.
Ya en la iglesia conventual de la Santa Cruz, podremos admirar el retablo de la capilla mayor (siglo XIII) procedente de la iglesia de La Trinidad, y los sepulcros del rey Alfonso VI y de cuatro de sus seis esposas; Inés, Constanza, Zaida y Berta.

Para rematar la mañana, nos dirigimos, bajo la presión del sol castellano sobre nuestras cabezas, hasta el santuario de La Peregrina.
Este magnifico edificio, fundado a mediados del siglo XIII, está ubicado a extramuros de la villa, en un altozano al que tuvimos que ascender por un camino empedrado.
Su construcción gozó del amparo papal de Alejandro IV y de la casa real de Alfonso X. Es de estilo mudéjar.
A lo largo del tiempo ha sufrido muchos cambios y se han incorporado varios espacios adosados a la obra original. Cabe resaltar  la decoración de yesería de la Capilla de la familia Sandoval.
Recientemente, en 2011, el complejo arquitectónico ha sido restaurado y será la sede del centro de Interpretación y Documentación del Camino de Santiago.
Esta fue nuestra última visita matinal, que como se puede ver fue aprovechada a tope, pues en tres horas y media visitamos, sin una sola parada para reponer fuerzas, nueve edificios monumentales. En fin, prácticamente todo el Sahagún monumental.

Eran las dos y media cuando desandábamos el camino para ir de nuevo al monasterio de La Santa  Cruz, en cuya hostería nos esperaba la comida. No puedo decir mucho sobre la gastronomía popular del lugar, pues nuestra comida fue frugal y ligera, propia de convento, reduciéndose a un platillo de patatas con algún que otro tropezón de tomate y pimientos, un ligero sabor a bonito en aceite y una aceituna sola y triste perdida en tan singular vorágine gastronómica. El segundo plato no quiso dejar en entredicho al primero y se presentó un trozo de pollo asado, que más que plato se quedó en degustación, al que acompañaba una hoja de lechuga muy bien picada y un par de pequeños reboces, que allí me dijeron, eran de manzana, pues yo no los probé por miedo a caer en lujuria, cosa poco recomendada en este santo lugar. Todo regado con agua y un vino atroz que amenazaba, en cada trago, acabar con mis papilas gustativas.
Fue el postre quién puso un poco de cordura culinaria a tan particular pitanza, una tarta a base de leche condensada y queso ataviada con nata que en verdad estaba sabrosa, al menos así le pareció a mi paladar no muy dado a dulcerías.

Una vez sufrida la comida y disfrutado el postre, nos dirigimos a la plaza de la villa. Allí, sentados a la sombra de los arcos que la formaban, procedimos a cumplimentar la anterior manduca con el tradicional café y la copa que da paso a la tan española sobremesa, en la que se habló animadamente de las vicisitudes y belleza de los edificios monumentales visitados por la mañana.

Sobre las cinco y media levantamos campamento  para visitar la villa de Grajal  de Campos. Por su extenso patrimonio está declarado Conjunto Histórico Artístico.
El origen de su fundación es  todavía discutido hoy en día, aunque varios historiadores la consideran de fundación romana, no en vano cerca del camino de Saldaña, pudo existir una fortaleza romana (hacia el año 117 AC) fundada por los hermanos Tiberio y Sempronio Gracco. Quizás el nombre de Grajal pudiera proceder del apellido de dichos hermanos regentes del emplazamiento. Lo que si está bien documentado es, que a finales del siglo XV, D. Hernando de Vega,  quinto señor de Grajal y maestre de la Orden de Santiago, casado con Dña. Blanca Enríquez de Acuña, comienza una etapa muy importante para la historia de la villa y su señorío. Durante los años en que ellos estuvieron al frente de la Casa Señorial, así como en las etapas correspondientes a sus descendientes inmediatos en el siglo XVI, se ejecutaron las obras encaminadas a la construcción de los principales edificios en la villa: el castillo, la casa-palacio, y la Iglesia de San Miguel. Juan de Vega, hijo y sucesor de D. Hernando, sería embajador ante la Santa Sade, virrey de Sicilia y presidente del Consejo del Reino en 1556. 
Lo primero que salta a la vista al llegar a Grajal es el monumental castillo. Fue construido aprovechando una estructura anterior. Las primeras noticias de esta edificación son del año 967. Se trata del primer castillo íntegramente artillero construido en España. Su edificación se llevó a cabo entre  1517 y 1521 y fue dirigida por el arquitecto Lorenzo de Adonza. Está edificado con piedra caliza de color gris blanquecino, procedente de la provincia palentina de las canteras de Guardo, Saldaña y  Velilla de Tarilonte, transportadas en carromatos tirados por bueyes.
Fue declarado Monumento Nacional el día 3 de junio de 1931.
Dejado el castillo a nuestra derecha, fuimos subiendo una ligera cuestecilla  hasta plantarnos en  medio de la explanada empedrada al estilo de las calzadas romanas, en la que  se encuentra la iglesia de San Miguel y adosada a ella , por el lado derecho, la casa-palacio de los Condes de Grajal.
El origen de la Iglesia se remonta a los siglos XII o XIII (románico mudéjar). Así  lo confirman escritos y evidentes vestigios conservados como puertas y arcos.
La actual edificación  es obra del gótico tardío y renacentista, con singulares muestras del último mudéjar (1516-1523). Lo primero que te llama la atención es su  gran amplitud que da lugar a una concepción basilical e incluso catedralicia.
En su interior nos recibió una joven guía amablemente que, de forma afable, nos fue  presentando los tesoros que guardaban aquellos milenarios muros.
La construcción es de ladrillo bien cocido, probablemente fueran suministrados por el propio Tejar de Grajal que a su vez abastecía a gran parte de la comarca. Templo y casa- palacio, están unidos a través del ábside a la altura de la primera planta, dejando en la planta baja un pasadizo externo denominado “El Callejón”.
Los condes de Vega podían escuchar la misa desde su tribuna o capilla privada, sin necesidad de mezclarse con los vecinos del pueblo. Esta estancia del palacio, estaba situada encima del ábside y se encontraba cerrada y oculta por una hermosa rejería artesana decorada con motivos heráldicos relativos a la nobleza de los condes. También hay otras rejas a cada lado del retablo central que guardan reliquias y relicarios de gran valor.
La guía nos acerca al retablo Mayor o Central, y nos explica que es de fabrica renacentista, de 1600 realizado por el escultor y ensamblador Roque Muñoz, de Cuellar (Valladolid).
Del Retablo Mayor, pasamos al brazo derecho del crucero donde nos muestra un altar barroco dorado y policromado de finales del siglo XVII conocido como Altar o Retablo del Rosario, donde la Virgen del Rosario, de bulto redondo, que es de época anterior y está acompañada por tres lienzos que representan a San Juan de Sahagún, sacando al niño del pozo; a San Francisco y San Miguel venciendo a los ángeles rebeldes.
En  una pared contigua se encuentra el Cristo de la Agonía, conocido popularmente por “el de las lluvias”. Esta obra se le atribuye al escultor salmantino, Bernardo Pérez de Robles (1621-1683), es el gran maestro de “crucificados”. La tensión emocional, propia del barroco, es bien visible en la agonía de este Cristo.
También veremos dos pasos de la Semana Santa. Se trata de dos escenas de la pasión que fueron contratadas, a principios del siglo XVII, al escultor vallisoletano Pedro de la Cuadra. Se trata de El Atado a la columna y El Nazareno. A su lado, se encuentra La Dolorosa o la Soledad. Es una talla de la Madre de Cristo que responde al modelo de escultura erguida, de pié, donde sólo se esculpen cabeza y manos. Como curiosidad diremos que sus brazos están articulados.
No puedo olvidar un Calvario que es una autentica joya de escultura gótica. Y por último, el Retablo de San Sebastián y un órgano de 1769 que fue uno de los primeros que hubo en la provincia de León.

Ahora pasamos a la Casa-Palacio de los Condes de Grajal.
Esta mansión constituye uno de los mejores, a la vez que escasos, exponentes artísticos llegados a nosotros, correspondientes al inicio del Renacimiento hispano, a la vez que representa a la nobleza más activa de la época.
La obra fue encargada a los arquitectos italianos Cristóbal y Lorenzo Adonza por D. Hernando de Vega, y su construcción fue realizada en varias etapas, por lo que en cada momento pueden encontrarse influencias de otros autores o focos artísticos españoles.
Juan de Vega, hijo y sucesor de Hernando a partir de 1526, continuó las obras del edificio construyéndose el claustro y la escalera en la que destacan sus notables frontispicios, de vuelta redonda, enmarcados dentro de los cánones del llamado estilo Alcarreño. Adosados al pilastrón de la escalera podemos contemplar varias placas de grutescos, típicos de los palacios italianos, además de un león simbólico.
De 1522 a 1266 se continúa enriqueciendo el palacio. Se tallan los capiteles de las columnas del patio, del tipo denominado de “castañuelas” para unos y de “tradición levantina “ para otros.
El piso inferior se reserva para el servicio, cuadras, bodega con lagar incorporado, cocinas, aljibe etc. Y el piso superior estaba destinado a la vivienda de los nobles y señores.
También hemos de destacar la “galería belvedere” que da a la plaza, espacio inusual en los palacios renacentistas de la península y sí más propio en la arquitectura italiana.
Fue declarado Monumento Nacional el día 3 de junio de 1931.

Como podéis apreciar por el relato, el día fue largo y productivo. Y aunque a la vuelta ya se notaba el cansancio, la satisfacción de haber conocido todos estos monumentos, superaba cualquier vicisitud que hubiéramos tenido que pasar.

Un saludo a todos y hasta el próximo viaje
































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