He de reconocer que si hay algo
cómico en una democracia es contemplar cómo se comportan los políticos en las campañas electorales. Yo me pasaría
riendo todo este tiempo viendo el cinismo con el que tratan de embaucar al
confiado ciudadano con las salidas de tono en sus tediosos y previsibles
discursos de campaña, todos cortados por el mismo patrón, el de mediocridad, la
incoherencia y el embrollo. Aliñado con promesas repetidas año tras año y
siempre incumplidas, hace, a los ojos del ciudadano ya trasquilado por los
mismos en anteriores ocasiones, que estos políticos eternos pierdan la esencia
imprescindible para ser admirados como líderes y pretender el voto de la
ciudadanía, la credibilidad.
Cuando un político agota la
sensación de verosimilitud, lo único que puede hacer es regresar a su vida
privada. Es aleccionador y digno de admiración, ver como en autenticas
democracias, más antiguas y consolidadas que la nuestra, los políticos
aspirantes al poder una vez perdidas las elecciones, al minuto siguiente, presentan
su dimisión y se van a su casa. Aquí, no solo no se van los perdedores, sino
que incluso se quedan, como imputados, los corruptos y sinvergüenzas en sus
escaños y siguen cobrando del erario
público.
Visto lo cual, tal vez debamos
plantearnos si en nuestro país tenemos realmente lo que se llama democracia. O
por el contrario estamos bajo un régimen de explotación encubierta al sufrido
ciudadano que es, en definitiva, el que paga los sueldos, los robos, las
furcias y las drogas a estos turbios personajes.
No pienso que todos los políticos
sean corruptos, pero los que no lo son se hacen reos al encubrirlos. ¿De qué
nos sirve que el señor Rajoy pida perdón por tener en sus filas a una recua de
golfos o que la señora Susana Díaz se ponga todo digna y diga que va a acabar
con todos los sinvergüenzas de su partido si a la hora de la verdad no existe
el mínimo propósito de la enmienda? ¿A quién quieren engañar? Cómo va a echar
la señora Susana a Griñan o Chávez, si gracias a su generosidad ocupa, a dedo,
el lugar de presidenta que hasta ahora
ha ostentado y del que vive, pues no se la conoce otro trabajo, o al menos yo
no lo sé. Por eso, cuando el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, osó decir que
deseaba prescindir de los dirigentes, acomodados y acostumbrados a la
silla pública (muchos de ellos están
desde los albores de la democracia), que no hubieran nacido en democracia,
todos pusieron el grito en el cielo, lo mismo derechas que izquierdas. Y es
que, si lo analizas bien, verás que es la única forma de acabar con la corrupción,
hoy en día institucionalizada, al no depender las nuevas generaciones de
favores, enchufes y demás prebendas concedidas por los que les precedieron.
Mientras los sustitutos tengan
relación directa con los anteriores, jamás se conseguirá la regeneración en la
política de España. Cuando de una vez sean juzgados todos los presuntos, antes
recuperarán los gobernantes la credibilidad que necesita una democracia para
ser considerada como tal. Entonces el ciudadano apaleado, estafado, perseguido,
desengañado y cabreado volverá a votar. Mientras tanto, menos tomaduras de
pelo. Yo no trago.
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